Cásate conmigo y verás by Corín Tellado

Cásate conmigo y verás by Corín Tellado

autor:Corín Tellado [Tellado, Corín]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 1974-12-31T16:00:00+00:00


VIII

Era un tipo peligroso.

Para la tranquilidad de la mujer, de ella concretamente, era extremadamente peligroso.

—Rock…, prefiero… volver… a la mesa.

—Eres tonta.

—No lo soy.

El tête-à-tête era bajísimo.

Se diría que no se decían nada.

Iban demasiado juntos. Susan sentía que le temblaban las piernas, como toda ella se agitaba.

Rock, delicadamente, pero haciendo lo que pretendía y quería hacer, la llevaba pegada a todo su cuerpo y le hablaba al oído.

—Desde aquí veo la mesa. El camarero no nos ha servido aún.

—Pero yo…

—Me gustaría que fueras sincera.

—¿Sincera?

—Sí. Te gusta bailar.

—Te aseguro…

—A mí me gusta —decía Rock a media voz—. Me gusta llevarte así. Estar así contigo.

—De todos modos… prefiero… volver a la mesa.

—¿Le amas?

—¿Qué… dices?

—Me refiero al chico que te acompaña. Se llama Charles, ¿no? Y trabaja en el Banco.

—Pero…

—No le amas, ¿verdad?

—Rock…, quiero… quiero…

Rock la dobló más contra sí. Sus labios rozaron la mejilla femenina.

—Rock…, para.

—Sí.

Pero seguía besándola cuidadosamente. Sus labios resbalaban por la mejilla, casi se le metían en la boca.

—Rock…, te lo suplico.

—Sí, Susan, perdona, pero es que… —y dejando de besarla, la apretó un poco para mirarla a los ojos.

Susan cerró los suyos.

Prefería no verse en la mirada canela de Rock.

Prefería escapar. Huir.

No sabía de qué.

Era la primera vez que le ocurría.

—No quieres mirarme a los ojos, Susan. ¿No te imaginas qué significa eso?

—No.

—A mi lado estás a gusto.

—Te digo…

—Cierra los ojos por un segundo, Susan, y piensa. Compara. No es que yo me considere superior a los demás, pero superior a esos petimetres que te acompañan, sí.

Volvía a oprimirla contra sí, y Susan sentía de nuevo que se evaporaba. Que no era ella. Que era una cosa dominada por Rock, el poder de Rock, el apasionamiento de Rock, su tremenda y estremecedora virilidad.

—Tengo que… volver a la mesa, Rock —dijo sofocada.

—Sí, querida.

Pero no la soltaba.

Las luces cambiaban.

Mareaban.

Tan pronto eran azules como rojas, como verdes.

Rock la llevaba bailando hacia una esquina, y allí, detrás de la columna, casi junto a la mesa vacía, se detuvo.

—Rock —casi iba a llorar Susan—, Rock…, suelta.

Rock le buscaba los ojos.

Sí, cierto, se lo hacía con cuidado, con delicadeza, pero estaba haciendo lo que quería hacer, lo que necesitaba hacer.

Tanto tiempo deseándolo.

¡Tanto tiempo soñando con aquel instante!

Fue así que sus labios abiertos le buscaron la boca. Susan la vio muy cerca, casi sobre la suya y sus ojos parpadearon.

—Para —susurró—. Para, Rock.

Rock le tapó los labios.

La besó poco tiempo. Lo bastante para que Susan se agitara. Le oscilaran los senos. Se estremeciera de pies a cabeza y quedara separada de él, pegada por la espalda a la columna.

—No debiste —dijo—. No debiste…

Rock pasó los dedos por el pelo.

Una y otra vez, como cortado, como cohibido.

Y lo estaba.

Se había dejado llevar por sus impulsos y le pesaba. Le atormentaba aquella realidad, que él hubiera evaporado de su vida.

—Nos vamos —dijo Susan a media voz, como si fuese a llorar—. Yo… me voy.

Rock la asió por un brazo.

—Perdóname —dijo—. Perdóname. No te vayas. Volvamos a la mesa. Pensemos los dos. Desmenucemos esto…

Aquello era lo que ella no quería, ni podía desmenuzar.



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